martes, 9 de septiembre de 2014

Cuestión de perspectiva


¿A qué huelen las nubes? ¿Quién mató a Kennedy? ¿Hasta dónde nos lavamos la cara los calvos? ¿Por qué titilan las estrellas? De todas estas preguntas solo he encontrado una respuesta científicamente coherente a la última, y ha sido en un artículo de El País que cito a continuación: 

La razón por la que vemos parpadear a las estrellas es debido a la distorsión que nuestra atmósfera produce sobre los rayos luminosos que nos llegan de ellas. A medida que la luz de una estrella (que es en realidad radiación) va atravesando cada una de las capas de la atmósfera terrestre, se va refractando y cambiando de dirección, puesto que cada una de estas capas tiene turbulencias, temperatura y una densidad diferente, motivo por el cual parece que titile.

Realmente, nuestros ojos perciben un haz que cambia continua y rápidamente de posición en el cielo y por eso nos da la sensación de brillo continuo. Esto es un quebradero de cabeza para los astrónomos porque este efecto distorsionador de la atmósfera (llamado seeing) afecta a las observaciones de objetos astronómicos, por eso el telescopio espacial Hubble se situó en el espacio. (Jovi Esteve – El País 7 de agosto de 2014)


Se me ocurren varias ideas con referencia a este fenómeno y me propongo escribir sobre ello. Si quisiera imitar a Paulo Coelho diría que si mirásemos más a las estrellas nos brillarían más los ojos y nuestros corazones irradiarían felicidad. Si mi referente fuera Pérez-Reverte, escribiría algo así como que el Sol es un bastardo que ya estaba ahí arriba cuando Carlos V luchaba contra los turcos otomanos y ahora ve como  España se desmiembra por culpa de los nacionalistas. También podría darle un matiz político y, a lo Pablo Iglesias, comentar que la casta estelar se ha adueñado de la luz que le pertenece al proletariado déjameacabarqueyonoteheinterrumpidopaco.

Pero el concepto que primero vino a mi mente tiene que ver con la similitud que existe entre la manera en la que vemos las estrellas y cómo observamos la realidad que nos rodea. Como si de la atmósfera se tratara, los sentimientos envueltos hacia lo que hay a nuestro alrededor, así como nuestros actos y nuestro entorno, crean una capa que distorsiona la realidad. Es necesario que salgamos del centro de la situación, que algo o alguien nos lance por encima de esa atmósfera que las circunstancias o nosotros mismos fabricamos, y ver las cosas en su debida perspectiva. Tenemos que convertirnos en astronautas de nuestra propia vida. Quizás no nos guste lo que vemos, acostumbrados a la luz más tenue o intermitente, es posible que ahora la realidad nos haga daño, pero es la realidad, es la visión verdadera de lo que sucede, y si no hacemos de vez en cuando ese ejercicio de realismo, persistiremos tenazmente en el error. 

Algo relacionado con esto y que siempre me ha llamado la atención, es la distancia a la que se encuentran las estrellas de la  Tierra. Pensar que algo que estamos viendo en este instante sucedió hace cientos de años es una idea que no deja de impresionarme. Sin ir “más lejos”, la Estrella Polar está a 433 años luz de nuestro planeta. Lo que vemos ahora realmente sucedió en 1581, cuando, por ejemplo, reinaba Felipe II y las provincias holandesas se autoproclamaron república independiente de España. (¡pardiez¡, la historia es tan cíclica que a veces asusta).

Aun a riesgo de ser pesado, incido en el tema de entradas anteriores: cómo el pasado está presente en nuestras vidas. Podemos vivir como si estuviéramos en el centro de una gran ciudad y no ver ninguna estrella, ajenos a todo lo que fuimos. También está la opción de dejarnos impresionar por tiempos pretéritos como si acampáramos en lo alto de una montaña una noche despejada, incluso guiarnos por esos brillos, en especial por la constelación y si hubiera…, como haría un marinero que no contara con instrumentos de navegación. Posiblemente, ambas posturas extremas sean erróneas y de nuevo queda acudir a la necesidad de un difícil equilibrio que encontraremos aprendiendo de lo que pasó y no dejando que esto nos condicione el presente ni nos bloquee el futuro.

martes, 2 de septiembre de 2014

¿Carpe diem o deperdi diem?




Durante un tiempo estuve “enfadado” con El club de los poetas muertos. Fue una película de culto para mi generación, es cierto, pero pasados los años tuve la sensación de que había envejecido peor que las letras de Mecano. En realidad, creo que el motivo de que rechazara la historia del profesor Keating es otra,  estaba cansado de ver borrachos gritando Carpe Diem mientras sostienen un vaso en una playa de Ibiza o en la discoteca de un polígono de Parla. Si creyera en la inmortalidad del alma, cada vez que en la casa de Gran Hermano entra un musculoso joven con esas palabras tatuadas en las corvas o entre las crestas ilíacas, me imaginaría que en algún lugar del infierno, Horacio llora en el hombro de George Orwell mientras Walt Whitman baila desnudo mesándose las barbas.

En su oda (Carpe Diem quam minimum credula postero  - Aprovecha el momento, incierto es el mañana) el poeta romano transmite una idea que, desde mi punto de vista, está marcada por la influencia griega en la cultura romana de los primeros siglos de nuestra era. La fijación helena por la belleza y lo efímero de ésta, se plasma en su arte, su literatura y su mitología. Obsesión por la belleza, por el momento presente, pero dejando alguna representación de estos para el futuro. Ese concepto desapareció de la cultura occidental durante cientos de años, se vio oscurecido poco a poco a partir del siglo III para reaparecer en el Renacimiento y en nuestros días, ha llegado de una manera exagerada.

El futuro es incierto, pero es. La inmensa mayoría de la humanidad despertará mañana y disfrutará de pequeñas cosas cotidianas, sufrirá con sus inquietudes y luchará contra sus miedos. Si no hubiera mañana, ¿para qué cuidar los bosques? Al fin y al cabo nuestros hijos no necesitarán oxigeno que respirar. ¿Por qué no llenar el mar de basura? Mañana no habrá marea que lo traiga hasta la playa…

Dudo mucho que el viejo Walt Whitman, que se vanagloriaba de no haber tomado nunca licores fuertes, estaría de acuerdo con el significado que muchos le dan a sus palabras.

Gather ye rosebuds while ye may,
Old Time is still a-flying:
And this same flower that smiles today
Tomorrow will be dying.


Coged las rosas mientras podáis
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta

¿Acaso crecen las rosas sin esfuerzo? Para recogerlas antes las hemos cultivado, las recogemos con cuidado y no destrozamos el rosal porque no pensamos en no coger nunca más flores de él. Vivir el presente, sí, pero un presente consecuencia del ayer y que cuidamos para seguir disfrutando mañana de momentos como el de ahora. Podemos arrancar flores silvestres y destrozar sus raíces al hacerlo, pero así, seguro que el mañana es incierto. También podemos fijarnos grandes objetivos, quizás los más nobles y generosos, pero si solo miramos hacia el frente nos perdemos todas las cosas que nos rodean, los pequeños momentos de los que se compone la vida. Darse cuenta de esto demasiado tarde, es doloroso.

Hoy día toda opinión vale lo mismo que los segundos en los que deja de ser trending topic, somos nosotros con esa actitud exageradamente hedonista los que contribuimos a la inseguridad de lo que vendrá. Decía Aristóteles que el día sobre el que no se reflexiona no merece haberse vivido. Vivir el momento, disfrutar de él, no tiene por qué llevar implícita una actitud inconsciente e irresponsable. Se puede disfrutar siendo consciente de donde viene y las consecuencias de lo que hacemos, pero si nos centramos demasiado en estos dos aspectos, dejaremos de complacernos con el momento presente.

De nuevo, la dificultad del equilibrio.

domingo, 24 de agosto de 2014

101

 
 

He visto cosas que jamás creeríais. No he visto atacar naves en llamas más allá de Orión ni he visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser, p ero he visto a los que te miran mal porque si te gusta el fútbol eres un borrego o un barra brava. He visto a Maradona marcar un gol con la mano y después, recibir un pase del Negro Enrique para ponerse a bailar como si él fuera Fred Astaire y Hoddle, Reid, Sansom, Butcher y Fenwick fueran las hermanas feas de Ginger Rogers. He visto el gol que nunca marcó el loco Abreu y al gran Arconada tragarse la falta que tiró Platini. He visto el 12-1 a Malta sin ver nada raro porque yo tenía 9 años y el fútbol era un juego. He visto a Clemente jugar con dos puntas y el portero de extremo izquierdo. He visto a Zidane colocar en la escuadra un balón que bajó de las nubes y al Barça de los seis títulos ganar 2 – 6 en el Bernabeu. He visto a Guardiola orgulloso de haber tenido la posesión después de perder 0 – 4 y a Mourinho sembrar rastrojo en la Castellana. He visto a Zubi fichar dos centrales el mismo verano. He visto a Messi fallar goles cantados y a Ballesteros ganarle una carrera a Cristiano Ronaldo. He visto el gol de Iniesta que me hizo campeón del mundo. 

He visto a Nando Yosu tomando el blanco en Peña Herbosa y a Manolo Preciado decir que a pesar de todo, mañana sale el sol. He visto a un desconocido darme un abrazo como si fuera mi hermano cuando Moratón le marcó al Atlético. He visto al Racing jugar en Europa y ganar un partido por no saltar al campo.

Tenemos cien años y alguno de propina. Volvemos para quedarnos o para morir en la cima. Aupa Racing.

 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Momo y los hombres de gris 30 años después


Cuando leí Momo tendría unos diez años. En aquél momento era un entretenimiento incentivado por las aventuras de Bastián y Fújur, una lectura divertida sobre una niña extraña que vivía acompañada de una tortuga que bien podríamos denominar el primer smartphone de la historia. Tampoco creo que entendiera muy bien otros libros que leí en aquellos años, como Rebelión en la granja, 1984, El señor de las moscas o La larga marcha. Era la edad de la inocencia y en los armarios del colegio todavía había cierto aroma de alcanfor. Doña Marisa nos enseñaba en las clases de historia que Las señoritas de Avignon eran las chicas que iban a probarse ropa a casa de una modista que vivía frente a Picasso. Y nos lo creíamos. 

Poco después Sabina publicó El hombre del traje de gris y entendí un poco mejor lo  que significaban aquellos personajes, pero todavía me quedaba el mes de Abril y aunque Joaquín se juntó a Pancho Varona y Benjamín Prado, el frío no apretaba. Empezábamos a sonreír si algún profesor intentaba mantenernos en la ignorancia y los armarios del instituto olían a cáñamo y cerveza.

A estas alturas de curso ya he aprendido 39 formas diferentes de decir Septiembre y sé perfectamente que aquellas señoritas de la Provenza eran meretrices. A Sabina le queda poca voz y menos ganas de componer. Las calles son largas como avenidas de Nueva York y están llenas de hojas secas como Central Park en otoño. No sé cuántas cámaras me habrán grabado en el paseo que acabo de dar por el centro y he escuchado a Jon Sistiaga hablar de los niños de Gaza. Creo que ya entiendo a George Orwell y he confirmado que el hombre es un lobo para el hombre y que se domina para hacerse daño.

Dijo el rey Salomón que la ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, y  mirar atrás y adelante cada instante nos produce ese estrés que nos bloquea. Podemos vivir con el aparente pragmatismo del epicureismo de Omar Jayyam al que ayer y mañana le dejaban indiferente. Pero, al fin y al cabo, ¿no somos causa de mañana y efecto del ayer? ¿dónde está el equilibrio? ¿acaso es una quimera como nadar y guardar la ropa?. 

Barrer la calle, pensar en cada instante, en cada paso. Aprender de ayer, preparar el mañana y disfrutar cada instante. Hoy es siempre todavía.

Aprendiendo a barrer

(...)

¿Ves, Momo? A veces tienes ante ti una calle que te parece terriblemente larga que nunca podrás terminar de barrer. Entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle sigue igual de larga y te esfuerzas más aún, empiezas a tener miedo, al final te has quedado sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer. Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Entonces es divertido: eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De repente, se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se queda sin aliento.
(...)

Michael Ende