¿A
qué huelen las nubes? ¿Quién mató a Kennedy? ¿Hasta dónde nos lavamos la cara
los calvos? ¿Por qué titilan las estrellas? De todas estas preguntas solo he
encontrado una respuesta científicamente coherente a la última, y ha sido en un
artículo de El País que cito a continuación:
La razón por
la que vemos parpadear a las estrellas es debido a la distorsión que nuestra
atmósfera produce sobre los rayos luminosos que nos llegan de ellas. A medida
que la luz de una estrella (que es en realidad radiación) va atravesando cada
una de las capas de la atmósfera terrestre, se va refractando y cambiando de
dirección, puesto que cada una de estas capas tiene turbulencias, temperatura y
una densidad diferente, motivo por el cual parece que titile.
Realmente,
nuestros ojos perciben un haz que cambia continua y rápidamente de posición en
el cielo y por eso nos da la sensación de brillo continuo. Esto es un
quebradero de cabeza para los astrónomos porque este efecto distorsionador de
la atmósfera (llamado seeing)
afecta a las observaciones de objetos astronómicos, por eso el telescopio
espacial Hubble se situó en el
espacio. (Jovi Esteve – El País 7 de
agosto de 2014)
Se
me ocurren varias ideas con referencia a este fenómeno y me propongo escribir
sobre ello. Si quisiera imitar a Paulo Coelho diría que si mirásemos más a las
estrellas nos brillarían más los ojos y nuestros corazones irradiarían
felicidad. Si mi referente fuera Pérez-Reverte, escribiría algo así como que el
Sol es un bastardo que ya estaba ahí arriba cuando Carlos V luchaba contra los
turcos otomanos y ahora ve como España
se desmiembra por culpa de los nacionalistas. También podría darle un matiz
político y, a lo Pablo Iglesias, comentar que la casta estelar se ha adueñado de
la luz que le pertenece al proletariado déjameacabarqueyonoteheinterrumpidopaco.
Pero
el concepto que primero vino a mi mente tiene que ver con la similitud que existe
entre la manera en la que vemos las estrellas y cómo observamos la realidad que
nos rodea. Como si de la atmósfera se tratara, los sentimientos envueltos hacia
lo que hay a nuestro alrededor, así como nuestros actos y nuestro entorno, crean
una capa que distorsiona la realidad. Es necesario que salgamos del centro de
la situación, que algo o alguien nos lance por encima de esa atmósfera que las
circunstancias o nosotros mismos fabricamos, y ver las cosas en su debida
perspectiva. Tenemos que convertirnos en astronautas de nuestra propia vida. Quizás
no nos guste lo que vemos, acostumbrados a la luz más tenue o intermitente, es
posible que ahora la realidad nos haga daño, pero es la realidad, es la visión
verdadera de lo que sucede, y si no hacemos de vez en cuando ese ejercicio de
realismo, persistiremos tenazmente en el error.
Algo
relacionado con esto y que siempre me ha llamado la atención, es la distancia a
la que se encuentran las estrellas de la
Tierra. Pensar que algo que estamos viendo en este instante sucedió hace
cientos de años es una idea que no deja de impresionarme. Sin ir “más lejos”,
la Estrella Polar está a 433 años luz de nuestro planeta. Lo que vemos ahora realmente
sucedió en 1581, cuando, por ejemplo, reinaba Felipe II y las provincias
holandesas se autoproclamaron república independiente de España. (¡pardiez¡, la
historia es tan cíclica que a veces asusta).
Aun
a riesgo de ser pesado, incido en el tema de entradas anteriores: cómo el
pasado está presente en nuestras vidas. Podemos vivir como si estuviéramos en
el centro de una gran ciudad y no ver ninguna estrella, ajenos a todo lo que
fuimos. También está la opción de dejarnos impresionar por tiempos pretéritos
como si acampáramos en lo alto de una montaña una noche despejada, incluso
guiarnos por esos brillos, en especial por la constelación y si hubiera…, como haría un marinero que no contara con
instrumentos de navegación. Posiblemente, ambas posturas extremas sean erróneas
y de nuevo queda acudir a la necesidad de un difícil equilibrio que
encontraremos aprendiendo de lo que pasó y no dejando que esto nos condicione
el presente ni nos bloquee el futuro.