domingo, 24 de agosto de 2014

101

 
 

He visto cosas que jamás creeríais. No he visto atacar naves en llamas más allá de Orión ni he visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser, p ero he visto a los que te miran mal porque si te gusta el fútbol eres un borrego o un barra brava. He visto a Maradona marcar un gol con la mano y después, recibir un pase del Negro Enrique para ponerse a bailar como si él fuera Fred Astaire y Hoddle, Reid, Sansom, Butcher y Fenwick fueran las hermanas feas de Ginger Rogers. He visto el gol que nunca marcó el loco Abreu y al gran Arconada tragarse la falta que tiró Platini. He visto el 12-1 a Malta sin ver nada raro porque yo tenía 9 años y el fútbol era un juego. He visto a Clemente jugar con dos puntas y el portero de extremo izquierdo. He visto a Zidane colocar en la escuadra un balón que bajó de las nubes y al Barça de los seis títulos ganar 2 – 6 en el Bernabeu. He visto a Guardiola orgulloso de haber tenido la posesión después de perder 0 – 4 y a Mourinho sembrar rastrojo en la Castellana. He visto a Zubi fichar dos centrales el mismo verano. He visto a Messi fallar goles cantados y a Ballesteros ganarle una carrera a Cristiano Ronaldo. He visto el gol de Iniesta que me hizo campeón del mundo. 

He visto a Nando Yosu tomando el blanco en Peña Herbosa y a Manolo Preciado decir que a pesar de todo, mañana sale el sol. He visto a un desconocido darme un abrazo como si fuera mi hermano cuando Moratón le marcó al Atlético. He visto al Racing jugar en Europa y ganar un partido por no saltar al campo.

Tenemos cien años y alguno de propina. Volvemos para quedarnos o para morir en la cima. Aupa Racing.

 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Momo y los hombres de gris 30 años después


Cuando leí Momo tendría unos diez años. En aquél momento era un entretenimiento incentivado por las aventuras de Bastián y Fújur, una lectura divertida sobre una niña extraña que vivía acompañada de una tortuga que bien podríamos denominar el primer smartphone de la historia. Tampoco creo que entendiera muy bien otros libros que leí en aquellos años, como Rebelión en la granja, 1984, El señor de las moscas o La larga marcha. Era la edad de la inocencia y en los armarios del colegio todavía había cierto aroma de alcanfor. Doña Marisa nos enseñaba en las clases de historia que Las señoritas de Avignon eran las chicas que iban a probarse ropa a casa de una modista que vivía frente a Picasso. Y nos lo creíamos. 

Poco después Sabina publicó El hombre del traje de gris y entendí un poco mejor lo  que significaban aquellos personajes, pero todavía me quedaba el mes de Abril y aunque Joaquín se juntó a Pancho Varona y Benjamín Prado, el frío no apretaba. Empezábamos a sonreír si algún profesor intentaba mantenernos en la ignorancia y los armarios del instituto olían a cáñamo y cerveza.

A estas alturas de curso ya he aprendido 39 formas diferentes de decir Septiembre y sé perfectamente que aquellas señoritas de la Provenza eran meretrices. A Sabina le queda poca voz y menos ganas de componer. Las calles son largas como avenidas de Nueva York y están llenas de hojas secas como Central Park en otoño. No sé cuántas cámaras me habrán grabado en el paseo que acabo de dar por el centro y he escuchado a Jon Sistiaga hablar de los niños de Gaza. Creo que ya entiendo a George Orwell y he confirmado que el hombre es un lobo para el hombre y que se domina para hacerse daño.

Dijo el rey Salomón que la ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, y  mirar atrás y adelante cada instante nos produce ese estrés que nos bloquea. Podemos vivir con el aparente pragmatismo del epicureismo de Omar Jayyam al que ayer y mañana le dejaban indiferente. Pero, al fin y al cabo, ¿no somos causa de mañana y efecto del ayer? ¿dónde está el equilibrio? ¿acaso es una quimera como nadar y guardar la ropa?. 

Barrer la calle, pensar en cada instante, en cada paso. Aprender de ayer, preparar el mañana y disfrutar cada instante. Hoy es siempre todavía.

Aprendiendo a barrer

(...)

¿Ves, Momo? A veces tienes ante ti una calle que te parece terriblemente larga que nunca podrás terminar de barrer. Entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle sigue igual de larga y te esfuerzas más aún, empiezas a tener miedo, al final te has quedado sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer. Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Entonces es divertido: eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De repente, se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se queda sin aliento.
(...)

Michael Ende