Cuando leí Momo tendría unos diez años. En aquél momento era un
entretenimiento incentivado por las aventuras de Bastián y Fújur, una lectura
divertida sobre una niña extraña que vivía acompañada de una tortuga que bien
podríamos denominar el primer smartphone de la historia. Tampoco creo que
entendiera muy bien otros libros que leí en aquellos años, como Rebelión en la granja, 1984, El señor de las
moscas o La larga marcha. Era la edad de la inocencia y en los armarios del
colegio todavía había cierto aroma de alcanfor. Doña Marisa nos enseñaba en las
clases de historia que Las señoritas de
Avignon eran las chicas que iban a probarse ropa a casa de una modista que
vivía frente a Picasso. Y nos lo creíamos.
Poco después Sabina publicó El hombre del traje de gris y entendí un
poco mejor lo que significaban aquellos
personajes, pero todavía me quedaba el mes de Abril y aunque Joaquín se juntó a
Pancho Varona y Benjamín Prado, el frío no apretaba. Empezábamos a sonreír si
algún profesor intentaba mantenernos en la ignorancia y los armarios del
instituto olían a cáñamo y cerveza.
A estas alturas de curso ya he
aprendido 39 formas diferentes de decir Septiembre y sé perfectamente que aquellas
señoritas de la Provenza
eran meretrices. A Sabina le queda poca voz y menos ganas de componer. Las
calles son largas como avenidas de Nueva York y están llenas de hojas secas
como Central Park en otoño. No sé cuántas cámaras me habrán grabado en el paseo
que acabo de dar por el centro y he escuchado a Jon Sistiaga hablar de los
niños de Gaza. Creo que ya entiendo a George Orwell y he confirmado que el
hombre es un lobo para el hombre y que se domina para hacerse daño.
Dijo el rey Salomón que la
ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, y
mirar atrás y adelante cada instante nos produce ese estrés que nos
bloquea. Podemos vivir con el aparente pragmatismo del epicureismo de Omar
Jayyam al que ayer y mañana le dejaban indiferente. Pero, al fin y al cabo, ¿no
somos causa de mañana y efecto del ayer? ¿dónde está el equilibrio? ¿acaso es
una quimera como nadar y guardar la ropa?.
Barrer la calle, pensar en cada
instante, en cada paso. Aprender de ayer, preparar el mañana y disfrutar cada
instante. Hoy es siempre todavía.
Yo tambien leí la Larga Marcha de crío, que buena!!
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