miércoles, 20 de agosto de 2014

Momo y los hombres de gris 30 años después


Cuando leí Momo tendría unos diez años. En aquél momento era un entretenimiento incentivado por las aventuras de Bastián y Fújur, una lectura divertida sobre una niña extraña que vivía acompañada de una tortuga que bien podríamos denominar el primer smartphone de la historia. Tampoco creo que entendiera muy bien otros libros que leí en aquellos años, como Rebelión en la granja, 1984, El señor de las moscas o La larga marcha. Era la edad de la inocencia y en los armarios del colegio todavía había cierto aroma de alcanfor. Doña Marisa nos enseñaba en las clases de historia que Las señoritas de Avignon eran las chicas que iban a probarse ropa a casa de una modista que vivía frente a Picasso. Y nos lo creíamos. 

Poco después Sabina publicó El hombre del traje de gris y entendí un poco mejor lo  que significaban aquellos personajes, pero todavía me quedaba el mes de Abril y aunque Joaquín se juntó a Pancho Varona y Benjamín Prado, el frío no apretaba. Empezábamos a sonreír si algún profesor intentaba mantenernos en la ignorancia y los armarios del instituto olían a cáñamo y cerveza.

A estas alturas de curso ya he aprendido 39 formas diferentes de decir Septiembre y sé perfectamente que aquellas señoritas de la Provenza eran meretrices. A Sabina le queda poca voz y menos ganas de componer. Las calles son largas como avenidas de Nueva York y están llenas de hojas secas como Central Park en otoño. No sé cuántas cámaras me habrán grabado en el paseo que acabo de dar por el centro y he escuchado a Jon Sistiaga hablar de los niños de Gaza. Creo que ya entiendo a George Orwell y he confirmado que el hombre es un lobo para el hombre y que se domina para hacerse daño.

Dijo el rey Salomón que la ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, y  mirar atrás y adelante cada instante nos produce ese estrés que nos bloquea. Podemos vivir con el aparente pragmatismo del epicureismo de Omar Jayyam al que ayer y mañana le dejaban indiferente. Pero, al fin y al cabo, ¿no somos causa de mañana y efecto del ayer? ¿dónde está el equilibrio? ¿acaso es una quimera como nadar y guardar la ropa?. 

Barrer la calle, pensar en cada instante, en cada paso. Aprender de ayer, preparar el mañana y disfrutar cada instante. Hoy es siempre todavía.

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